viernes, 15 de mayo de 2009

Egeaus en su señuelo







*De mis ojos consumidos*

El miedo no toca el mar
como nombre que abre los prados
de una muerte azur;
su costado oblicuo
siempre será arriado por la luna
y sus impulsos mórbidos
el encaje victimario, cutáneo
en los perímetros salinos
de mi tacto etéreo.
-Religioso va el silencio-.
Y no temo ni respondo a su fantasma.
Sumerjo, transito sin rozar
las notas de verbena cebadas
en la sangre yerta de mi sol.
Invertiremos
cuatro gotas de lamentos,
saciaremos el silencio
condenando al infierno
a este mi pensamiento.


Deduzco
las aureolas de lo eterno,
socavando de altas dudas
mi morboso entendimiento
y acepto la desdicha
de la mediocridad del cuerpo,
la degradación final
que los gusanos comieron.
Pero imposible sería
detener la curiosidad
que me incita a ver en lo feo
la última realidad
de lo que un día fue bello...
y entumecido en mis roídas redes,
veo sigiloso el filo de sus ojos,
surge ella, levigando el marco de madera.

Sentado en el lado opuesto de la luna,
retraído, en medio de cánticos de sirenas
y espectros de sutil belleza,
el jardín de espinas se perdió
en los espirales del ave negra,
dejando huellas de un crepúsculo
dueño de figuras
saboteadas en el cielo y
reflejadas en el algodonoso
deseo de una efímera flor.


Desde ahí,
la sombra revuelve mi propio infierno
de recuerdos de hojas pálidas,
veo noches masticándose
en nubes encefálicas,
-no fui yo a perderme a su mar-
ni el suelo me detuvo en la mutación,
sólo algunos pasos bastaban.
¿Dónde quedé yo con mis flores?
¿Dónde quedó el tiempo
que no se prende de mis corneas?
La tinta escribe su utopía estéril,
mi cama no disfraza más
las auroras sin piel,
las cortinas de seda se han bordado
con hilos de este presente adulterado.
No hay distancia entre el pecado
y mi miedo
no soy yo quien daría el reposo
a sus gélidas miradas.


*Et dentis*

Un lirio del pecado,
dos agujas colgando de revés;
treinta, dos.
Y el sahumerio verde
de un epitafio que se inclina
a ser devorado.
La espina, cuenca y redondez,
la silueta de sus flamas
encaprichadas en mi fiebre.

Irá una perdida resaca a dibujarles
entrelazando una vida
- y un margen tan finito
como el peso en su deshielo-
al arco decaído de la pena
se destiñe al horizonte y renace
el ensueño reprimido
que se escurría entre los dedos.

El camino hacia el infierno
se hace obtuso;
la agonía del recuerdo
se transforma
en el verso compañero,
en virtud
de esos marfiles de hielo,
y del hechizo
que sobre mi juicio ejercieron.

Morbosamente aguardo
el despintar del universo,
óleaos añejados de lamentos.
Fúnebres los versos
de esta podredumbre del tiempo
que se han hecho eco
en la atroz cara del silencio.

Irritado queda el camino
por el que voy,
quizás es por la evocación
del fantasma que me precedió,
quizás por la muerte
que de mujer se vistió.
Y yo,
que ya ni hombre se puede decir que soy
aún recuerdo el dolor.


No hay un después
a las tormentas incubadas del delirio;
A ese volcán de convulsiones en nubes de gangrena,
amplexus de pupilas líquidas
contemplando el brillante marfil
en aquel espasmo antes rosáceo.

La monomanía instintiva deslizándose por los pies
y la pandemia como fila de hormigas
rondando por las quijadas.

Los nervios saboreando el porfídico momento,
en el rincón aquella macabra sonrisa y
la silla invertida.
¡Mi única existencia!
maldiciendo… amando…
a la naturaleza blanca custodiada
por débiles mejillas contraídas
sus fatídicas mejillas sin vida,
las pestañas encorvadas
moviendo minutos teñidos e intransitables.

En el desván,
su ajuar de mujer se esconde,
cómo si no quisiera tocarla,
vivo de la frágil epopeya de comerte
con esos roces de segundos en mis corneas,
ya no eras tú mi angel salvador,
ya no era yo,
ni siquiera dentro de mi cuerpo.


Los aullidos resbalaban desde
la palidez de su presa,
su inmóvil grito refleja
los vidrios de iris en donde ella tiembla,
ella que dejó sus piedras
hundidas en mis huecos.


*Deambularte sin carmín*

Pisando con los pies de plomo
y la habilidad de una gacela,
la pluma que en su caída desborda
de beldad a los lamentos.
Ella se encoge y no dormita
en la brusca lumbre
de un sol pálido en su frente.
El lecho se hizo para los muertos
y las sombras, la visten
coloreando su virtud de flor
con la húmeda jaula de ocho letras.
Resistir.

Lúgubre agonía
de un inquilino en el viento,
la música de los cuervos
se mecen en su débil cabello
retratando los ojos bellos y etéreos,
la imperfección de la nebulosa palpitante
y los tentáculos iridiscentes del deceso.

Bebía de a poco la sonrisa rota,
corría fría
y alegre entre gotas de la fuente,
ella caminando hacia él
con sus ojos mutantes,
los desiertos eran ojos de polvo,
labios secos que no perdonan,
la sequía pronunciaba sus dientes
-sus hundidos dientes…-
le diré
¡Déjale abierta la puerta!
déjale tu velo blanco
y la vestimenta oscura,
déjalo pararse con tu sombra,
los lirios lo traerán después del entierro.


Es entendible
la entropía de Berenice,
¿a dónde partirán las Valkirias
si hay un puente invisible
que paraíso e infierno unen y coinciden?

Si el guerrero duerme
la Dama Negra se lo lleva,
en vuelo ausente
lejos de la física esfera.
Sacuden
la tierra lisonjera,
y el susurro determina
que extirpe piel y diente
de la boca del fantasma
que -aunque espectro- yo añoraba.


*Golpe, caída, desparramo*


Una esquina
cuatro despertando;
un rincón
ocho, y el vacío.
Los ojos no son más
que un peso incógnito
aplastando mi nariz

¿A dónde fue la puerta,
esa, donde cruzaba el último filamento
que me ataba a despertar?
cuando en la ventana se asomaba
esa tétrica escarlata
adornada de deidades profanadas
en el espacio finito de conmoción
-entre mis seres y yo-
Esos de susurros tentadores
y cascabeles agitándose;
desperté pensando
( pensé existiendo),
sintiendo el palpito en los labios
y las contracciones que seguían
la curva del temblor.

Anhelo un ayer eterno,
sumido en la caverna del deseo,
paraísos terrenales y
látigos mortales.
-Berenice regresó-
La gélida neblina de la colina enferma
me abrazaba sin saberlo.


El nimbo blanco
se estrellaba en algodones,
filosos colmillos
conspiraban en su boca,
grite y me guardé su sonido hemisférico
con el moho de su figura absurda,
desgranaba del mar sus sales con el
lóbrego deseo emergido hambriento,
desde sus treinta y dos formas
la mente mellaba su posesión falible,
“No era más mi nombre
sin esas perlas de satín clavadas
en osamenta hueca”.

Callaron las caracolas por la tarde,
el crepúsculo cayó de sangre espesa
entremetiendo el rito coagulado a mis ropas.
Un cuerpo desquiciado aullaba
su profanación.
-Berenice se rompió-
Despertó con el conjuro del dolor,
desperté la boca
que sólo llegó a la mitad de su muerte,
me vendí en pedazos,
sus vendas en los pies fueron rojas entonces,
pero más claras en mis sueños.


“Portadora de victoria”
los Macedonios te titularon,
pero no hubo linaje espiritual
que te salvase de esta enfermedad.
En este rictus mortuorio
nada queda de vitalidad,
de magia o de maldad.
¿De qué ha servido
esta raza de visionarios
si toda esta ostentación no puede devolverte
esa tersa y blanca piel?
No puedes ser hoy
un simple fantasma
de las ruinas del recuerdo.

Observo
aún observo,
con pulcro detenimiento
la igualdad de los catetos,
de la hipotenusa de este verso,
que en diente triangular se convirtieron.
Pero no te amaba, no,
pero te admiré
cuando se apoderó de ti esa degradación.
Y debí tenerte
entre efímera y ausente
porque ni siquiera la muerte me alejaría
de aquella marfil obsesión.
Noche o día,
vigilia o ensoñación;
sé que hay límites específicos
pero no logro determinar
en cuál de ellos
me encuentro yo.


Sinopsis de la novela
BERENICE (Edgar Allan Poe)

Egaeus es un personaje que se adentra en ese mundo de los mínimos detalles, se pierde en el tiempo y la realidad, su enfermedad mental es ese mismo desequilibrio en donde lo normal atraviesa las paredes de lo sensato.
Berenice- tiene una vida sana hasta que llega el momento de su propia enfermedad que termina por darse en ataques de epilepsia que también la llevan a la catalepsia, su cuerpo y su mente entran en declive y va perdiendo sus colores frente al obsesivo Egaeus.

En ese universo ella llega a los ojos de él de otra manera, pierde su forma humana y pasa a ser un espectro, en un capítulo marcado por el autor Egaeus tiene ese encuentro con la detandura perfecta y blanca de ella. Su obsesión se vuelve tal que llega a sumergirse en un estado amnésico del que despierta después del funeral de su enferma prima; Su ropa se encuentra manchada de sangre, hay huellas de rasguños en sus brazos, una pala cubierta de tierra recargada en la pared, recuerdos en su mente de los gritos de terror de una mujer y uno de sus sirvientes frente a él hablándole de manera horrorizada con palabras cortadas lo sucedido, se ha escuchado un grito aterrador, hay una tumba violada, un cuerpo de mujer desfigurada y un cadáver que aun respira.

Autoras:

Anacrónica
Tati
Noctua
Bastet*